Cosas de nuestro jardín. plantas preferidas por mis hijos

Hay muchas cosas a las que ha sido difícil adaptarme en nuestra expatriación italiana. Muchas muchísimas. Pero si hay algo que me ha maravillado y fascinado desde nuestra llegada, es el jardín que rodea nuestra casa, particularmente en el precioso mes de abril (no entiendo por qué Eliot lo creía el más cruel de los meses)

Cuando el frío se hace llevadero, cuando nos perdonan las lluvias y los días se empiezan a alargar gracias al bendito cambio de hora, el jardín se convierte en nuestro territorio predilecto y regar las plantas, observarlas crecer, recolectar flores silvestres (o no tanto, para berrinche del abuelo, si le rompen sus flores, y para cabreo de mamá) es un recurso fabuloso para tener entretenidos a los peques.

La pasada primavera compré ya varias macetas y arbolitos, muchos de las cuales no sobrevivieron las nevadas, los hielos o, simplemente, nuestra nula pericia jardinera. Jamás floreció la dalia (aunque los bulbos me resultan súper intrigantes y flipan a los niños. este mes han florecido los narcisos y los tulipanes amarillos, embelleciendo la entrada a casa), se pudrieron por exceso de celo hídrico, y mordisqueadas por los bichos, las plantitas de judía y hasta los perejiles que parecían bien resistentes, nos dijeron adiós. Se marcharon también, marchitas, la planta de albahaca (aunque he leído que el basílico es estacional y sobrevive de año en año muy raramente) y la de hierbabuena.

De los seis geranios estupendos que llegamos a tener, solo uno (no sé aún si un pelargonio o uno feo antimosquitos que compró el abuelo, va a ser el feo ya veréis) ha empezado a resucitar, aunque un miércoles de mercado me aprovisioné de un par de refuerzos.

Mi preciosa bouganvilla, que ya se veía delicada y que malamente sobrevivió al cambio de tiesto, ha pasado a mejor vida, en el cielo de las plantas que seguramente existe, todo fragante y florido. Sin duda, elegí mal su sitio, su riego o su maceta... Después de la enorme nevada de enero quedó herida de muerte.

Este año hemos incorporado novedades a nuestro jardín.

Particularmente orgullosa estoy de las plantitas de fresa, que ya están cuajadas de fruto, aún verde, que mi prole se extasía en contemplar.

Me encanta mi segunda glicinia violeta (la del año pasado, de flor blanca, se ha demostrado una jabata ante las inclemencias del tiempo, y ha trepado y florecido con una energía desbordante, inusitada)

A la nueva pequeña mimosa (una oferta del Oasis) no la veo especialmente robusta, pero esperemos que resista, sobre todo por la fascinación que ejerce en Andrés, amante donde los haya de la madre Naturaleza.

Dos tipos diferentes de lavanda tienen enloquecida a Marti que se empeña en recolectar y olfatear todas las espigas moradas de estos minúsculos arbustos.

El geranio enano me encanta y me pregunto si este año si lograré que resista el invierno. Las prímulas y "violas del pensiero" imagino que no están hechas para durar, aunque ojalá lo hicieran.

Pienso que las plantas enseñan a nuestros hijos (y a nosotros) muchas cosas: enseñan responsabilidad, compromiso, belleza, paciencia y sentido del asombro. Enseñan el amor a lo pequeño, el ritmo imparable y circular del tiempo, inculcan curiosidad, serenidad y un apabullante vocabulario que mis peques empiezan a dominar (algo que me llena de dicha).

Por eso me gustaría planear mejor nuestro jardín. Por eso he comprado el libro "Il mio giardino semplice" de Silvia Bonino, en busca de ideas. Y por eso os agradezco cualquier recomendación.

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